El reciente atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay generó sorpresa, pero no conmoción. A diferencia de magnicidios históricos como los de Gaitán, Galán o Pizarro este hecho no logró activar emociones colectivas ni despertar una reacción social significativa. Desde la psicología social esto puede entenderse como el resultado de un intento de manipulación emocional que no encontró terreno fértil en el inconsciente colectivo de los colombianos.
Por: Héctor Miguel Rosero, Psicólogo*
- La ausencia del carisma transformador:
Miguel Uribe no representa una figura directiva ni una amenaza real al sistema como sí lo fueron los líderes asesinados en décadas pasadas. Su liderazgo no es carismático, ni transformador; además, su partido, el Centro Democrático, atraviesa divisiones internas y un visible desgaste.
Hijo de Diana Turbay, la periodista asesinada por Pablo Escobar, carga con un apellido que evoca tragedias, pero no esperanzas. Sin una imagen sólida y sin representar una ruptura genuina con el establishment es poco probable que su figura genere identificación o duelo colectivo ante una agresión.
- La interferencia emocional: Cuando la música silencia las balas:
El contexto del atentado también jugó un papel clave. Mientras se reportaban los disparos Bogotá vivía un momento de alegría masiva por eventos que reunieron miles de personas. Este hecho produjo una interferencia emocional positiva; la experiencia placentera bloqueó la posibilidad de generar un estado colectivo de miedo o indignación. Así, la noticia del atentado quedó minimizada por un clima emocional completamente opuesto.
El ataque perpetrado por un menor de 14 años añadió una dimensión perturbadora que, más que generar solidaridad, despertó cuestionamientos sobre la instrumentalización de menores.
- El escepticismo como blindaje psicológico:
En la opinión pública predomina un fuerte escepticismo que actúa como blindaje contra la manipulación emocional.
El país atraviesa una fatiga emocional y un descrédito general hacia la clase política que ha desarrollado anticuerpos contra el teatro político. Por eso, más que indignación, el atentado despertó, dudas, sarcasmos y teorías de montaje. Las redes sociales en lugar de convertirse en amplificadores de dolor se llenaron de memes y especulaciones; el efecto psicológico que se buscaba, si lo hubo, se diluyó rápidamente ante la falta de credibilidad y la baja capacidad de impacto de la figura atacada.
- La muerte del símbolo: Cuando la violencia no construye narrativa:
En comparación con otros magnicidios que sacudieron en el país, este hecho no ofreció un símbolo potente; no hubo una víctima con poder emocional suficiente, ni un discurso nacional que recogiera el atentado como parte de una narrativa mayor. Los colombianos ya no necesitan mártires para validar sus luchas políticas, han aprendido a desconfiar de quienes se presentan como salvadores.
En ausencia de un enemigo claro, de un relato ético o de una causa movilizadora el evento quedó en el aire sin eco en la conciencia ciudadana.
- La estrategia fallida: el cálculo político errado:
Desde una mirada crítica se podría interpretar el atentado como un intento fallido de reposicionar simbólicamente a una figura política desgastada o incluso como parte de una estrategia más amplia para agitar emocionalmente a la población y polarizar el discurso de cara a las elecciones presidenciales. Sin embargo, el resultado fue contrario a lo esperado. No hubo cohesión en torno a la figura atacada, ni movilización masiva, ni cambio significativo en la agenda pública. Las velatones organizadas en vivo en varios puntos de Bogotá y en ciudades de Colombia por la recuperación de Miguel Uribe Turbay parecen más bien ejercicio de solidaridad partidista que manifestaciones genuinas de duelo nacional.
- La nueva psicología colectiva: inmunidad ante la victimización:
Este atentado demuestra que los impactos psicológicos no se generan solo por la violencia en sí, sino por el lugar simbólico que ocupa quien la sufre. En un país saturado de miedo, manipulación y promesas incumplidas, la gente ya no reacciona igual. La ciudadanía ha desarrollado una especie de inmunidad psicológica frente a la victimización política. Ya no basta con ser atacado para generar simpatía, es necesario representar algo auténtico, algo que trascienda los cálculos electorales.
- La paradoja del silencio:
Cuando la indiferencia es resistencia y cuando la música, la alegría y el escepticismo coinciden ni las balas logran perforar el corazón colectivo. Esta no es apatía, sino una forma sofisticada de resistencia. Los colombianos han aprendido a no dejarse manipular emocionalmente por quienes han instrumentalizado históricamente el dolor y la muerte para fines políticos.
- La falta de conmociones, paradójicamente, una muestra de valores democráticos:
Ya no somos rehenes de nuestras emociones más primitivas. El atentado contra Miguel Uribe Turbay será recordado no por lo que provocó sino por lo que no logró provocar. En su fracaso como evento movilizador radica una reflexión profunda sobre los nuevos códigos emocionales de la política colombiana.

*Héctor Miguel Rosero/ Popayán, Colombia
Conferencista | Capacitador | Docente | Panelista
Soy fundador y director general de SUPERCEREBROS desde hace 12 años, nos especializamos en el aumento de la inteligencia. soy escritor llevo ya 14 libros publicados, con más de 150 conferencias en varios países. Contamos con 2 patentes a nivel internacional sobre Matemáticas y psicología. Ganador de 3 premios uno a nivel de artistas nacionales en Colombia y postulado a los premios de periodismo nacional Simón Bolívar en Colombia. Tengo un título profesional en Artes Visuales con la facultad de artes Visuales con Bellas artes de Cali y a la vez Psicólogo en formación y un máster de Hipnosis clínica. tengo mi página con más de 100 artículos de mi autoría sobre el cerebro y el comportamiento humano. www.terapiaconeliconsciente.blogspot.com
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