La presencia del racismo, que se edifica sobre la supuesta superioridad racial, ha estado presente a lo largo de nuestra historia, desde textos religiosos de la antigüedad hasta formas contemporáneas que han ido permeando lo más profundo de nuestras sociedades y que como una hidra, aquel monstruo de siete cabezas, se expresa en diversos ámbitos de la vida cotidiana.
Los racismos latinoamericanos han sido sistemas de dominio étnico-racial heredados del colonialismo europeo y en la llamada conquista, que legitimaron como algo natural, la explotación, el etnocidio de los pueblos indígenas y la esclavitud de los africanos secuestrados y traídos a estas tierras.
Derribar los muros mentales del racismo debe constituirse en una tarea cotidiana y empezar por cuestionar esas prácticas desde lo más profundo de nuestro ser es un buen inicio. Otros esfuerzos como la campaña El Color lo Pones Tú, de la Secretaría Distrital de Gobierno, contribuyen a eliminar ese racismo que se ha anidado desafortunadamente como costumbre cultural en muchos de nosotros.
Nelson Mandela bien decía que, “nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión”. El racismo, la discriminación racial y la xenofobia constituyen fenómenos sociales, culturales, políticos y no es un instinto natural de los seres humanos.
El racismo y la discriminación racial hacen parte de otro conflicto agazapado e irresuelto, que se expresa en el racismo económico del despojo de los territorios de indígenas y afros. El racismo cultural, el institucional que no tiene en cuenta a los pueblos étnicos en las políticas públicas, el cotidiano y el que se hace evidente desde los medios de comunicación, todos sin excepción, atentan contra la dignidad humana.
Nuestro país se edificó sobre una sola cultura o legado, el europeo, desconociendo nuestro legado ancestral. Las élites colombianas promovieron la creencia de que en la cultura nacional monocultural europeizante supuestamente cabíamos todos y menospreció y olvidó deliberadamente los dos factores constitutivos de nuestro ser nacional: El indígena y el afro.
Este hecho generó una cultura de discriminación en contra de la democracia multiétnica, que hoy se expresa en la segregación social, política, cultural y económica, a pesar que en la Constitución de 1991 está consagrado que somos un país pluriétnico y multicultural.
Generar una cultura multiétnica y democrática implica no sólo generar cambios actitudinales personales, sino reconocimientos colectivos como nación a los pueblos olvidados, excluidos y discriminados. Cambios no sólo formales sino estructurales y sistémicos que generen un nuevo imaginario cultural de reconocimiento, justicia, reparación histórica y desarrollo como lo ha estipulado las Naciones Unidas declarando desde 2015 el Decenio Internacional para los Afrodescendientes del mundo.
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