El Comunicador Social y Periodista afrodescendiente, Wagner Mosquera, nos entrega un paneo fascinante de «la primera parte» de sus adentros literarios y confesiones agridulces de lo que mueve sus pasiones a destapar libros, permanecer en ellos  y a renunciar a las letras de importantes escritores latinoamericanos. “Moncho”, desnuda parte de su aventura nocturna, que junto con el fútbol y el sueño logran vencer su aliento, poco antes de consumir con agrado a sus preferidos y no favoritos ensayistas, cuenteros, cronistas, poetas y novelistas, entre otros.

Por Wagner Mosquera Palacios*

Resulta que el día de ayer, como hago antes de dormir, hice una ronda de lectura por algunos de los periódicos y revistas que me gustan. En uno de esas búsquedas, me encontré con un artículo del año 2016, que rescataba una entrevista hecha por un joven estudiante de 15 años, en 1982, al escritor argentino Jorge Luis Borges. El texto se había publicado de nuevo, con motivo de la conmemoración de la muerte, 30 años atrás, del gran escritor.

La entrevista es de una belleza tremenda, no solo por la sencillez de las preguntas del joven, sino por la sencillez de las respuestas de Borges que, a su vez, son de una genialidad única. Varias de esas respuestas, me dieron alas para hacerles mi primera confesión dolorosa: nunca leí o he leído a Borges. Y precisamente no he leído a Borges por una de las razones que él expone en dicha entrevista, cuando el chico le pregunta:

¿A qué edad toma conciencia de su vocación literaria? Y Borges responde:

“Yo no sé. No recuerdo una época sin leer ni escribir. Yo siempre estaba leyendo y escribiendo. Ahora mi padre me dijo que solo leyera lo que me interesaba, que no leyera un libro por el sentimiento del deber, porque era famoso. Que leyera solo cuando me interesara, y que solo escribiera cuanto tuviera una necesidad de hacerlo. Que escribiera mucho, que rompiera mucho y que no me apresurara a publicar, ya que publicar no es parte necesaria del destino de un escritor”.

Debo decir que yo también sé que desde siempre he estado leyendo y escribiendo. Eso sí, leo cuando me interesa, pero leo, y escribo solo cuando creo que tengo algo que decir.

Mis otras confesiones

Antes de aquella entrevista, el acercamiento más sincero que hubo hacia Borges, lo tuve por la referencia que hizo Héctor Abad Faciolince, de un poema que se le atribuye y que le dio título al libro homenaje a su padre. El olvido que seremos que, de paso, también confieso es el único libro que he leído de Héctor Abad. Lo he leído tanto que no he podido con ningún otro libro de él. De Faciolince era un fiel seguidor de sus columnas hasta cuando escribió en la Revista Semana, ahora que escribe en El Espectador lo leo poco, pero El olvido que seremos se mantiene como uno de mis favoritos.

Luego viene el infaltable Gabriel García Márquez. Lo leo desde mi época del colegio, pero debo hacer una confesión dolorosa con nuestro premio Nobel: Leí Cien años de soledad hace tanto que no recuerdo muchas cosas, lo leí porque era obligatorio leerlo, pero no recuerdo haber quedado impregnado con la historia. Les pido mis más sinceras disculpas a todos los lectores de Gabo por ello. Ya mayorcito me dediqué a devorar todas sus obras, de donde rescato, Crónicas de una muerte anunciada; El General en su laberinto; El Coronel no tiene quien le escriba.

Uno de mis profesores de redacción en la carrera de Comunicación, me regaló Diatriba de amor contra un hombre sentado. Pero mis preferidos son los Doce cuentos peregrinos y de aquella antología de cuentos celebro con júbilo cada vez que releo, El avión de la bella durmiente, no me canso de leerlo.

En 1996 viví en Barcelona y cuando regresaba a Colombia, luego de casi un año en la capital catalana, antes de tomar el vuelo, entré a una librería y me compré, en edición de lujo, Noticia de un secuestro, que se publicó aquel año. Para mí, que amo al periodismo por encima de todas las cosas, la mejor crónica que he leído en mi vida. A García Márquez lo celebró desde estos dos últimos libros, no desde Cien años de soledad. ¡Ahí me disculpan!

Otro colombiano que me gusta es Tomás González, de él solo he leído dos de sus obras. La primera no le recuerdo ni el título, pero luego leí La Luz difícil, este último, un bello libro en el que narra la historia de su hijo fallecido, es de una sinceridad abrumadora y de una sensibilidad que desgarra. Cuando leo un libro así, siento que no quiero leer más nada de ese autor para no decepcionarme con algún otro libro desafortunado. Leo con pasión cada ensayo que publica William Ospina, pero confieso que el único libro completo que he leído de él, y que también es un ensayo, ha sido ¿Y dónde está la franja amarilla? Tengo a Ursúa iniciado hace mucho rato y nada, todavía sigue en veremos, prometo leerlo.

Me gustan las poesías y algunos artículos de Piedad Bonet, me encantó su libro, Lo que no tiene nombre y me gustan algunos relatos de Laura Restrepo. Leo asiduamente las columnas de Maria Jimena Duzan, pero confieso que nunca pude leer un libro completo de Álvaro Mutis. Me parece demasiado meloso, demasiado empalagoso, no sé, pero me parece aburrido. Como periodista, de los escritores colombianos celebro a Germán Castro Caicedo y a Alfredo Molano, los devoraba con rigor en mi época de universitario.

Por mucho tiempo, mi columnista preferido fue Antonio Caballero, se me convirtió en un imperativo, y su libro Quince años de mal agüero, que leí hace muchos años, fue la inspiración que me dio la idea de compilar algunos de mis artículos para lanzar mi libro Prosas del Atrato. A Caballero lo leía con pasión, y aunque lo sigo considerando uno de los mejores columnistas colombianos, hoy ya no me seduce tanto como por aquellas épocas. Leo las columnas de Daniel Coronel y leo varios columnistas en periódicos y revistas que de vez en cuando, se fajan uno que otro articulo de calidad.

En el mundo celebro y admiro la pluma del americano Gay Talasse y aplaudo la lucidez del inglés John Carlin, quien, además, ama el futbol tanto como yo y, para rematar, también es hincha del Barca. En el deporte ovacionó la pluma del argentino Jorge Barraza con su genialidad para describir y contar anécdotas del futbol, nadie como él. Me gusta la prosa de Jorge Valdano y soy un seguidor fiel de la columna de opinión y de todo lo que escribe el Director del Diario As España, Alfredo Relaño.

He leído y me gustan Octavio Paz, Neruda, Cortázar y Vargas Llosa, pero confieso que no me desvelan. Los he leído más por rigor que por amor, pero no puedo negar la brillantez de sus plumas. Como a ellos, leo libros de autores que no recuerdo, pero leo.

La inmortalidad de kundera, mi favorito

Cuando era novio de la madre de mi hijo mayor, hace mucho tiempo, en el apartamento donde ella vivía había un libro encaramado en la parte alta del closet, de la alcoba principal. Yo vi el libro y lo tomé con la curiosidad de quien andaba buscando nuevos mundos. El libro le había sido regalado al padre de mi novia por uno de sus hijos mayores, cuando cayó en una penosa enfermedad que luego le condujo a su muerte. La inmortalidad se llamaba. Creo que don Alberto, ese era el nombre del abuelo de mi hijo, no alcanzó a leerlo. Varias veces tuve el libro en mis manos, pero cuando lo agarraba sentía que era demasiado voluminoso para mi estándar de aquella época.

Un día, tomé el impulso y arranqué, y esa primera página no me dejó soltar a Milan Kundera nunca más. Kundera, tiene la magia del narrador que describe con la precisión de un buen reportero y, como les decía, todo el que escriba como un buen reportero siempre tendrá mi atención. Kundera, hace de la prosopografía en el relato un verdadero arte, y a mí me encantan los autores que se preocupan por esos detalles. Me sumergí tanto en su estilo que hoy siento que es una de mis mayores influencias a la hora de escribir (no se preocupen, no me estoy comparando con él). Luego vino La insoportable levedad del ser, La lentitud, La Identidad, La ignorancia. Y todavía me faltan algunos otros títulos. Espero que la generosidad de algún amigo me ayudé a completar la colección de mis faltantes de kundera. ¡Gracias amigos!

He leído ensayos de Umberto Eco, pero no me deslumbra, aunque su libro Número Cero, me lo recomendó un amigo y se me convirtió en uno de mis preferidos. He leído una que otra cosita de Stefano Benni y al español Antonio Muñoz Molina (Plenilunio) lo celebré durante una época. Fernando Savater y José Saramago me inspiran. Un día leí una súper reseña del Pulitzer, Junot Díaz, que me ilusionó, de inmediato me apresuré a comprar un libro suyo, Los Boys. No me atrapó y desde aquella vez no he podido buscarlo de nuevo. Sigo leyendo, muchos autores y muchos títulos, pero leo.

*Comunicador Social-Periodista. Especialista en Periodismo Deportivo y Diseño, gestión y organización de Certámenes. Becado por la Embajada de los Estados Unidos en el Programa Periodismo Social y Diversidad. Estudiante de último semestre de Derecho. Nacido en Quibdó
Cronicas: Sankofa, volviendo a las raíces (sobre el grupo de danza afrocontemporanea Sankofa, publicada en la Revista Afro) – La Gallada de Cruz Elena (sobre la vida de mujeres víctimas del desplazamiento, publicada en el Periódico Afro)- Dispac… rate (sobre la situación de la mala calidad del servicio de energía en Quibdó, Publicada en el Periódico Afro)
Reportajes: Droga…adictos (sobre la situación de las droguerías en Quibdó, publicada en el Periódico Afro)
Artículos libres:– Esos Cimarrones son unos Warriors (sobre el Club Cimarrones),- Richard y yo, sin rivalidades (Homenaje a Hamilton Richard)
Libro: Prosas del Atrato (Libro que recopila los mejores artículos que ha publicado, en los últimos 4 años, para la red social Facebook)