Por: Wagner Mosquera Palacios*
Me niego a ser malo. Me resisto a ser uno más de los millones de colombianos llenos de odio, de rabia, de ira, de rencor. Sí, me resisto a dejarme contagiar por la venganza de unos cuantos que, arropados bajo el manto de legitimidad, quieren la aplicación del ojo por ojo, diente por diente.
A estas alturas, no tiene sentido que los defensores del No aleguen como argumento que con la entrega de las Farc no se acaba la violencia. Argumento mezquino desde donde se le mire. Como quien dice, sigamos como estamos que ya estamos tan acostumbrados y unos años más de guerra no van a hacer la diferencia.
Creo que la rabia expresa de muchos de los defensores del NO en el plebiscito, estuvo dada, para la mayoría, por las concesiones políticas y económicas que quedaron plasmadas en el acuerdo, más que por cualquier otra aprobación, desestimando casi todo lo acordado. Se niegan, dicen estos, a que “un “vergajo” que puso bombas sea Senador o Representante”. Se niegan, a que “un “maldito guerrillero” cobre casi un salario mínimo cuando yo hace un año no trabajo”; se niegan, a que “les entreguen dos millones de pesos para emprendimiento cuando a mí me han negado múltiples solicitudes de préstamos en los bancos”. ¡Es inaceptable! Repiten.
Pasa, que muchos nunca miraron que las concesiones del acuerdo no son dádivas, no son premios. No trataron de entender que dichas concesiones son el resultado legítimo de una negociación entre dos antagonistas que se cansaron de pelear por más de 50 años y en la que ninguno venció al otro.
Como político militante y en ejercicio de un cargo de elección popular, debo decir que no le tengo miedo a las posibles curules de las Farc, no le tengo miedo a su discurso, no le tengo miedo a sus nuevas maneras de interactuar en la democracia y no les tengo miedo porque sé que si triunfan es porque sus propuestas, o son mejores que las nuestras, o porque su cuento caló tan hondo, que el pueblo colombiano quiso arroparlas.
De igual forma, no le tengo miedo al guerrillero que de manera franca trabajará al lado mío si me tocara estar al lado suyo, porque asumo que trabajará tan duro como alguien que viene de las condiciones más extremas a ganarse un cupo en la legitimidad de la democracia. A ese guerrillero le haré ver lo bueno de estar en las calles y escenarios públicos de las ciudades, ejerciendo el libre derecho de la ciudadanía.
Creo, asumo, que los que piensan o pensaron así, votando el NO, demostraron un resentimiento sin sentido expresado en, “si a mí no me dieron a ti tampoco deben darte”. “Cómo así, yo que he sido candidato y nunca gané una curul”; “yo que he pedido prestado y siempre me lo negaron”; “yo que he no recibido salario hace equis tiempo”.
Reitero, estos acuerdos no son premios o dádivas para malhechores, se nos olvida, como dice Slomo Ben-Amí, excanciller de Israel experto en resolución de conflictos: “No hay paz sin concesiones. Eso no existe, es una fantasía. Si quieres la paz, tienes que pagar un precio y la gente no siempre está de acuerdo con el precio. Todo el mundo quiere la paz, pero se cree que es un almuerzo gratis y no es así, son las reglas de juego”.
Mi sorpresa
Me sorprendió ver como la ira de la gente que nunca combatió, que nunca vio un guerrillero siquiera a diez metros de distancia, es más enconada que el de las personas que han padecido el conflicto de cerca. Que los que alguna vez vieron el asesinato a sangre fría de un esposo, un hermano o un padre. Que los que tuvieron asentados a los guerrilleros por años en sus predios pero que sobre todas las cosas, el conflicto en sus cercanías les quitó las ganas de seguir viviendo con esperanza.
Sí, estoy desilusionado con mis amigos del NO, por la mezquindad de sus argumentos; por el rencor que no se sobrepone; por no pensar que la sed de venganza no debería pertenecerles a ellos, ni a mí, ni a los militares, ni a los políticos, ni al presidente; mejor dicho, a nadie en Colombia. Insisto, había y hay más gente con derecho a tener sed de venganza que ustedes o nosotros y sin embargo se sobrepusieron, no se quedaron estancados, y avanzaron.
Entendí que el largo silencio de muchos en la fase previa a la votación era un silencio engañoso utilizado para no desacreditarse. Muchos de los que no expusieron sus argumentos no lo hicieron porque convenientemente aceptaban que no era lo correcto, pero sobre todo por mera corrección política. Muchos estuvieron agazapados complotando como conseguir más seguidores a su «justa causa» y reconozco que el resultado para los que teníamos esperanza, fue doloroso.
Muchos estuvieron prendiendo velas para que a última hora la votación se revirtiera, pero lo más despiadado fue que nunca quisieron debatir con los optimistas, con los que creíamos que una mejor Colombia era posible, y en los debates, en los múltiples debates, solo daban indicios de complacencia diciéndonos en tono bajito que no estaban muy convencidos pero que votarían por el Sí, cuando en el fondo de sus almas deseaban con sarna y con rencor que ganara el NO.
Así lo siento ahora que reflexiono. Así lo siento ahora que veo la felicidad de muchos que durante meses de debate en torno al tema no decían nada. Me siento traicionado, me siento utilizado, me siento impotente.
Me disculparán los del NO por la franqueza. Espero que no lo vean como un acto de intolerancia, al igual que ustedes, estoy experimentando el sentimiento de tristeza que debieron sentir cuando expresaba mis posturas frente al SÍ. Esto no va a ser para hacernos enemigos; por el contrario, conocernos en nuestra esencia más pura, es lo que creo hará posible que más adelante nos guardemos fidelidades y, quién sabe… continuemos siendo amigos.
¡Yo soy colombiano, yo soy del Pacífico, yo soy paz!
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