Cuando renunciaba a mi adolescencia en Quibdó, mi padre era el gerente de SATENA. Los aviones DC3 eran los cargueros de la época. Pescado, pasajeros, plátano, televisores de tubo, neveras y camas de madera hacían parte del equipaje que de Quibdó viajaba hacia y desde Medellín, Bahía Solano, Condoto y Cali.
Por Antonio Sánchez
Íbamos dentro del avión mirándonos frente a frente, sentados en posición de asalto militar
La carga, ligeramente amarrada amenazaba soltarse en cualquier momento.
Las goteras dentro de la nave en vuelo eran tapadas por los pasajeros que no alcanzaron un asiento y que tenían una urgencia en viajar. Iban de pie
Lucho, luego del perifoneo en la sala de espera, soltaba la cuerda que impulsaba los motores del monumento de la segunda guerra mundial, posado en el Caraño. Nombre en homenaje a la quebrada vecina de la estación aérea y cuyas aguas cristalinas jugueteaban con el grisáceo metal del fuselaje en cada aterrizaje.
Yo tenía licencia para viajar a los destinos de SATENA, era el hijo del gerente.
En la cabina siempre tuve un privilegiado lugar. Allí nació mi pasión por el medio ambiente, por la aviación y por el turismo.
Ser reportero tiene algo que ver con esas aventuras en los cielos Chocoanos, Vallunos y Bogotanos.
La ruta de Satena todos los lunes y viernes era Quibdò-Bahìa Solano-Medellín-Quibdó-Condoto-Cali-Ibagué-Bogotá, y viceversa. A las cinco de la tarde llegábamos a Bogotá seis horas después de haber partido de la Capital Chocoana
Cuando no viajaba me tenían que soportar en la torre de control. Allí supe que para ir a Medellín los aviones tenían que elevarse hasta trece mil pies para superar la cordillera en Carmen de Atrato, que las pistas tenían unos números, que los pilotos debían anunciar su aproximación y la altura en que venían para no chocar con otra aeronave; que el controlador debía informar del estado del clima y de la visibilidad. La comunicación se transmitía en clave Morse y a través de radio.
Al Capitán le gustaba que le contara como era Quibdó y sus sitios para gozar y rumbear.
La Marquesa era el Yenilao de la época. Guabina su personaje popular, el Ferry y el pastel de Yuto mi tentación.
Bajameuno no robaba sino plátanos.
Guabina convocaba al festival del humor en la Sastrería Macondo.
Llamar a larga distancia era una odisea.
Pocholo y Chamaquito se robaban los aplausos al mejor bailador
Emel ya recibía miradas por su despunte pectoral.
La Paisa Lila nunca supo de mi conquista fracasada con su nieta
Las Carimañolas de la cuarta con 25 escaseaban después de las tres.
Al Pan de la Chola le hacían cola
Las monjas del colegio IFI no permitían que nos acercáramos. Pero las alumnas saltaban la pared.
Lucho Satena era el altoparlante que anunciaba el vuelo y cargaba el avión. Su voz y fuerza física eran descomunales
Jorge Tadeo Lozano era el Vargas Lleras de la época
«Mencho» Diaz era la tentación del colegio. Hermosa
Me acuerdo que al Gimnasio Anexo a la Universidad del Chocò, lugar de mi aprendizaje de cuarto grado, lo miraba desde los cielos cada viernes. El despegue del DC3 hacia Bahía Solano con dos toneladas en su barriga me daba el placer de mirar desde sus aires el rio Atrato y las calles sin pavimentar. El verde de su extensa y hermosa vegetación del Chocò Biogeográfico no me hizo cambiar mi amado azul de Alejandro Brand y Willington Ortiz.
Conocí a Bahía Solano y Cali gracias a SATENA, y a mi padre que se la “jugaba” vendiendo pescado de mar en la misma oficina que ofrecía los tiquetes baratos de la empresa aérea.
Tantas travesías y anécdotas bellas, otras no tanto. Varadas en Condoto, en Bahía Solano. Pasajeros atormentados y vomitados por el primer viaje de su vida. Otros felices al conocer desde las nubes las playas de Wina y el Almejal en el Océano Pacífico, fueron las vivencias de mis primeros vuelos. En primera clase. Casi siempre Iba en la cabina, les recuerdo.
Los aviones de SATENA fueron el primer juguete para la mayoría de los niños y niñas del Chocò. En Condoto los profesores llevaban a sus educandos al aeropuerto Mandinga para que disfrutaran del aterrizaje, el ronquido de sus dos motores el carreteo, parqueo y despegue del avión de tres llantas. El gerente local, Rodrigo Valdés que lo apodaban “Moringo Pipa” complacía con esta recreación infantil.
Ante la falta de escenarios deportivos, la pista del Caraño la utilizaban como cancha de fútbol cuando no había tráfico aéreo. Mi primer entrenamiento oficial con la preselección Quibdoseña de fútbol, de cara a los primeros juegos del Pacífico, lo hice allí. Los Arbelaez, Los Carvajal y Los Froilán frustraron mi calificación. Estaba muy bisoño.
Que el chequeo, los Flaps, que Stravinski, que el Tren, que la Bruma, Cúmulos y Estratocúmulos fueron entre otros los tecnicismos aeronáuticos que aún sobreviven en mi casi senil memoria, gracias al paisa Gabriel Montoya, el mejor y más experimentado controlador de vuelo destacado por la Aerocivìl.
La disciplina y carácter de este operador eran extremas. Una mañana de aguacero devolvió un avión de la fuerza aérea que quiso aterrizar bajo mínimos, es decir, el aeropuerto estaba casi cerrado. El piloto quiso subvertir la orden y Gabriel lo enfrentó por el radio: “Si intenta aterrizar y se produce un accidente y muerte de sus pasajeros, es responsabilidad suya”. Dijo Montoya. El atrevido piloto regresó a Medellín sin tocar el cascajo de la pista del aeropuerto de los Quibdoseños. Hoy goza de su jubilación en Medellín
Mi padre, era un Condoteño jubilado de la Contraloría Nacional y viejo militante del partido Conservador que administraba la tienda que servía de sala de espera en El Caraño. Yo atendía a los comensales cuando no viajaba. Y también lo cajoneaba. Pero poquito. Confieso.
El teniente cadena, piloto excepcional de la empresa de Servicios a Territorios Nacionales, SATENA, y amigo de Luis Victorino Moreno, conocido como “Lucho Satena” se convirtió en mi protector. Solo autorizaba prender el primer motor, o sea el Uno, cuando me veía a su lado en la cabina. Años después supe que fue comandante del avión presidencial del gobierno de Andrés Pastrana.
Recuerdo que “mi capitán Cadena” me invitó y acosó para que me inscribiera en el curso de piloto en la Fuerza Aérea Colombiana. Mi padre se opuso con el argumento del peligro.
Viajar en los prehistóricos DC3 de SATENA era una fantasía. Un sueño elevarse a los cielos en una máquina de la segunda guerra mundial y que en la mayoría de las veces había que enrollar sus hélices con una gruesa cuerda para darle impulso a sus motores. De antaño. De no creer hoy. Pero muy seguros en el aire
El Douglas DC-3 es un avión que revolucionó el transporte de pasajeros en los 30 y 40 del siglo XX. Fue desarrollado por un grupo de ingenieros, encabezados por Arthur E. Raymond, y voló por primera vez en 1935. Su diseño fue tan avanzado a su época, que aún hoy día, 80 años después de su primer vuelo, se encuentra operando en número considerable en distintas partes del globo.
Cadena era un piloto meticuloso, disciplinado, decente en exceso. Jovial y carismático. Le gustaba ir al Chocò.
Hubo un instante que me marcó con él. Aproximábamos al aterrizaje en Cali con 18 pasajeros a bordo, y en frente, por la misma pista lo hacía un avión de Avianca. El Choque era inminente. El Capitán Cadena alerto a su copiloto. Ordenó flaps y Tren arriba poco antes de tocar pista. Aceleró y se elevó de nuevo en segundos. Igual de ágil fue la operación de la nave de Avianca. Los dos, cada uno por su derecha, surcaron los cielos vallunos en un sobrepaso por el aeropuerto Palmaseca. Instantes que salvaron la vida de 18 Chocoanos. Que susto.
Pero el madrazo al controlador no se lo “ahorró”, como dicen en el Chocò.
SATENA tiene instantes en su quehacer que influyeron de manera positiva en la vida de los pueblos del Pacífico. Buenaventura, Tumaco y Guapi también se favorecieron de estos aeroplanos cargados de gente, víveres, animales y enseres. Las carreteras para llegar y salir del Chocò y de Nariño eran trochas de muerte y los costos de los tiquetes dan risa y nostalgia frente a los impagables de hoy.
Instantes que producen vidas. Como seguramente el piloto de LaMia no se detuvo a pensar finamente en la planeación de su viaje a Medellín. Y durante las primeras dos horas de vuelo, una vez partió de Santa Cruz, no hubo otro instante para corregir su travesía por los cielos Colombianos.
Son instantes que seguramente el Teniente Cadena los hubiera previsto. Yo lo conocí.
Entretanto sigo de luto. QEPDn amigos de Chapecó
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