El peregrinaje por entre altares, reclinatorios, cruces, cúpulas y socavones en la iglesia subterránea de Zipaquirà, hizo de la exalumna de la Normal Para Varones de Quibdó, una nueva mujer.
Por AntonioSànchez/ fotoperiodista.
Dejó de ser la personera de su colegio en Quibdó, renunció a los paseos juveniles y se ausentó de su familia para embarcarse en un bus con rumbo a Bogotá. El frio y el ruido de la capital fueron sus anfitriones que casi le cobran el tiquete de regreso.
Es el relato de Paula Andrea Galvis Mena, nacida hace 16 años en la capital Chocoana y que se atrevió a desafiar un trayecto de 22 horas para lograr avanzar en sus estudios superiores.
La conocimos como una de las líderes que vinieron a Bogotá a defender el territorio de Belén de Bajirà. Se distingue por sus recias posturas para proteger su territorio y todo aquello que vulnere sus derechos y su dignidad.
Nos cuenta que pocas veces en su corto periodo de vida, había descubierto que afuera del Chocò existan lugares llenos de magia, religiosidad y tecnología. Para ella, llegar a Bogotá y quedarse, quiere que sea una experiencia útil y agradable
Dice que salió de Quibdó, rumbo a Bogotá, dentro de un bus con 33 pasajeros quienes, al igual que ella, vendrían a buscar mejores y nuevas oportunidades en lugares más civilizados y modernos.
Como si estuviera mirando a la eternidad recuerda que fueron casi dos días los que se tardó el averiado vehìculo de la empresa Arauca para llegar a Bogotá. En esos 36 kilómetros por hora, desde la ventanilla que aireaban sus mejillas, indica que vio niños indígenas desnutridos igual que los de la Guajira, derrumbes de tierra, cascadas, gigantes y árboles escondidos por entre las montañas como si clamaran cuido ante la amenaza de los taladores.
Esta menudita hija de Marlen y de Orlando, ella desempleada y él un comerciante independiente, radicados en Quibdó, era la pasajera número 34 que viajaba por la trocha que une a Quibdó con Pereira y que ha cobrado decenas de vidas por su falta de mantenimiento y pavimentación. Denuncia que los 356 kilómetros son un calvario para nunca olvidar y que el gobierno estatal la tiene en el abandono total.
Confiesa que viajó como sobrecupo dada la alta temporada vacacional y, que la silla y la almohada del conductor auxiliar se la prestaron para el descanso, de vez en cuando. No quiere acordarse que los huecos de esta vía que une al eje cafetero con el Chocò y que ocasionaron el desperfecto de la dirección del bus y la pérdida de tres horas en la población indígena y afro de Pueblo Rico, Risaralda
Sin embargo, sonríe y cuenta que de las empedradas y sufridas vías del Chocò pasó a disfrutar del confort en las autopistas de 4G, rumbo a Bogotá.
“Si estos hombres indígenas, afros y mestizos fueron capaces de tallar la montaña durante más de 50 años para ofrecernos este monumento arquitectónico, orgullo de Colombia y del mundo, ¿por qué nosotros los Chocoanos no podemos salir de la pobreza y el abandono en que nos encontramos?”
Bienvenida a Bogotá
Bogotá, es una ciudad de oportunidades y en ese sentido acoge a gente, que como Paula Andrea, vienen en busca de mejorar su nivel académico, conseguir un trabajo, realizar compras, visitar al médico o simplemente recorrer sus históricos y bellos sitios turísticos. El Patrimonio arquitectónico y cultural junto a sus sedes políticas y administrativas la hace apetecible.
Mientras Paula Andrea caminaba una mañana de domingo por entre la encopetada y colonial localidad de la Candelaria la vieja, repara que le sorprende y aterra ver por la televisión tantos anuncios de atracos y noticias llenas de sangre.
El celular lo cuida celosamente. Los aretes y su anillo de grado de bachiller que le regalaron sus padres los dejó en Quibdó.
-No exhibirlos en las calles capitalinas es un aporte a la seguridad de esta ciudad, le advertí.
Con nostalgia, esta afrocolombiana que quiere ser una excelente profesional en enfermería, rescata en su memoria los ríos, playas, mares, discotecas, piscinas y caminatas por senderos ecológicos de su “Chocò querido”.
Mueve los labios resecos y agrietados por el frío sabanero para decirme con nostalgia que son frecuentes los buches de agua en su paladar, cuando a la distancia sus compinches de colegio le hablan de un arroz clavado, carimañolas, jugo del chocoanìsimo lulo cocido con arroz encanelado y un bocachico frito con patacones bañados en ajo
Habla y habla como queriendo decirlo todo en un minuto. Su reflexión endulzada con la bella sonrisa que le adornan sus demás encantos, la deja salir del núbil aliento cuando se refiere a algunas jovencitas como ella, que pocas veces observan lo que hay más allá de la región donde viven. A cambio del licor a temprana edad, embarazos prematuros, las malas amistades y en ciertos casos la drogadicción, ella quiere dar un salto para alcanzar a la modernidad y relacionarse con otras culturas que son esquivas en Quibdó.
Regresar a su tierra con el diploma universitario bajo el brazo, es la tarea que vino a realizar en la capital de los Colombianos.
El reclinatorio la hospedó frente a la cruz, cerrò los ojos, abrió sus manos con las yemas hacia el techo salino, las impulsó hacia el altar y al nivel de su pecho, – me ausenté hacia su espalda mientras oraba-. A los diez minutos supe que en sus peticiones incluyó a su familia, a sus amigos y a su pueblo afro.
La Catedral de los sueños de esta afrocolombiana tiene que ver con pertenecer a un grupo de negritudes, en aportarle al Chocò y al Pacífico para su progreso y desarrollo. Dejar una buena huella positiva en su universidad, crear una fundación en el Chocò para niños en vulnerabilidad, ser una excelente profesional y un buen ejemplo para la sociedad.
La maravilla de Colombia.
A sus 16 años parece de 20. Le fluyen las palabras y sus ideas no son descabelladas. La proporción de sus metas junto a las posibilidades económicas de sus padres y su disciplina, la colocan en las puertas del éxito y de conseguir los sueños que tiene entre pecho y espalda.
Me cuenta que había leído en internet de la existencia de una catedral de sal y que la curiosidad la desafió. Se enfrentó a ella. Y dentro del socavón, azufrado y oscuro no parpadeaba para disfrutar de las salíferas paredes.
Cada paso la deslizaba hacia la profundidad de la venerable montaña. La Catedral de sal de Zipaquirá, una de las siete maravillas de Colombia la tenía como una de sus insignes visitantes.
Atenta, escuchaba a la guía Mónica Uribe, una amable, experimentada y sabia de la historia que representa cada una de las 14 estaciones del viacrucis y del nacimiento y conservación del templo.
Para esta Chocoana, la única afrodescendiente dentro del grupo de turistas nacionales y extranjeros que recorrían los pasillos del emblemático santuario que alberga hasta doce mil personas en época de Semana Santa, era saber que esta reliquia fue cavada por los muiscas hace varios siglos y luego se construyó una pequeña capilla subterránea para que los trabajadores de la mina asistieran a hacer sus oraciones antes de iniciar la jornada laboral.
Supo también que la Catedral no solo esconde una de las mejores obras arquitectónicas del país sino que conserva en sus entrañas a lo que podría denominarse un fantasma.
Hasta ese momento, la sal para Paula Andrea era un condimento y aliño de cocina. Gracias a su visita patrimonial le recordaron que en la época de los romanos, la sal era tan valiosa que los pagos a los funcionarios públicos se realizaban en paquetes de sal, que después se usaban como moneda de cambio. La cantidad de sal que cobraban recibía el nombre de «salarium», de donde derivó después la palabra salario.
No salía del asombro. Su gozo era palpable. Paula Andrea se colocaba al frente del grupo para no perderse los apuntes de la instructora, quien decía que la catedral de Sal de Zipaquirá es considerada como uno de los logros arquitectónicos y artísticos más notables de la arquitectura colombiana otorgándole incluso el título de joya arquitectónica de la modernidad. Y que la importancia de la Catedral, radica en su valor como patrimonio cultural, religioso y ambiental
El peregrinaje por entre altares, confesionarios, cruces, cúpulas y socavones en la iglesia subterránea de Zipaquirà, hizo de la exalumna de la Normal Para Varones de Quibdó, una nueva mujer.
Tener sobre sus hombros una montaña de sal pletórica de historia y esculpida finamente por los obreros a partir de 1991, caminar por entre túneles, mármoles, escaleras y pasillos hasta completar dos kilómetros que atraviesan los 36 mil metros cuadrados que la conforman, y haber caminado durante sesenta minutos en descenso hasta 180 metros bajo tierra, nos cuenta que fue salirse felizmente de la monotonía de la rumba y el ocio en que caen los jóvenes.
Las otras seis maravillas de Colombia y África con sus ancestros y su cultura me esperan”, señaló al final de su primera experiencia turística-religiosa a tan solo 48 kilómetros de Bogotá.
La colonial plaza de los Comuneros, adornada en su marco por casas coloniales y republicanas , se quedò con su aliento y una partecita de su gozo. La montaña con su abrazo fraternal
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