Josephine Baker/ foto: Roger Violett

Sigamos fascinándonos con esa infinita, absolutamente infinita, cantidad de misterios que Dios nos tiene guardados en la alacena de su creación como es el mundo de los neutrinos y una protagonista de excepción dentro de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos.

Por Mario Serrato Valdés

Josephine Baker es un símbolo de la mujer, de la cultura, de la justicia, pero, sobre todo, de la dignidad de la mujer negra. Mi eterno respeto,  mademoiselle Josephine Baker.

Huyó a Francia desde el Mississippi de principios del siglo pasado. Escapó de un lugar en donde el racismo de la sociedad blanca dominante se negaba a admitir que la esclavitud había terminado y que las mujeres negras merecían respeto. En 1915, la naciente industria del cine en Hollywood, había estrenado la película, «El nacimiento de una nación», dirigida por un tal D.W. Griffith, y gracias a su mensaje de odio y desprecio, las fuerzas del Ku Klux Klan alcanzarían millones de miembros y también la simpatía descarada y abierta de Woodrow Wilson, quien habitaba en la Casa Blanca.

Un país en ebullición racista no le ofrecía nada a una negra inmortal. Su belleza natural, su elevada y elegante estatura, su habilidad para la danza y su temperamento de volcán en erupción, le consiguieron a los 16 años un contrato para bailar en Francia en los atrevidos y muy populares «follies», cuyas danzas sugestivas, vistosas, alegres, llenas de coquetería y ademanes sexuales, se realizaban en topless, es decir, con el torso desnudo.

En Josephine Baker el talento tenía tal nivel que la crítica de arte de toda Francia y en particular la parisina, pronto la consideraron la Diva de la danza en la vida nocturna  de la ‘beau temps’, la bella época, que abrigaba y divertía a Europa y a los Estados Unidos, época recogida y narrada por Scott Fitzgerald en su obra inmortal, El Gran Gatsby. Josephine Baker conoció la guerra, vio ascender el nazismo, vio repetirse el racismo del que huyó siendo adolescente, pero está vez lo reencontró elevado a extremos de salvajismo colectivo. Su conciencia y su alma volcánica la obligaron a actuar. En cuanto las miradas libidinosas de sus espectadores tomaban un descanso, Josephine Baker transmitía una información secreta, facilitaba refugio a  perseguidos del invasor nazi, colaboraba en actividades de inteligencia y apoyaba con dinero fugas o  acciones militares a sus hermanos de lucha en la Francia ocupada. En pocas palabras: le dio belleza y color a la resistencia francesa. Durante toda la segunda guerra mundial la bailarina exótica, de torso desnudo, piernas inacabables, sonrisa perversa y mirada de lince cazador, se entregó a la causa de la libertad, la solidaridad y la fraternidad. La Francia de verdad.

Años después, cuando el humo de los bombardeos empezaba a disiparse, la reconstrucción de las ciudades tenía inicio y los traidores de Vichy eran juzgados, Charles de Gaulle, desde sus dos metros de estatura y con el arco del triunfo como telón de fondo, le otorgó a la bella mujer negra nacida a las orillas del Mississippi, la Orden de la Legión de Honor de la República Francesa. Josephine Baker alguna vez regresó a los Estados Unidos y por supuesto se puso al servicio de las causas de su gente. Conoció y apoyó la lucha por el voto y los derechos civiles de los afroamericanos. Rápidamente se hizo amiga de Martin Luther King, de Medgar Evers y del joven blanco judío y amigo de las causas sociales, Bernie Sanders.

Cuando mataron a Martin Luther King una mañana con nubes de lluvia de abril de 1968, le ofrecieron recoger sus banderas pero su salud y edad no se lo permitían. Unos años antes, de vuelta en los Estados Unidos, Josephine Baker se sentó a cenar en un restaurante elegante de  Nueva York, los meseros y el administrador se pusieron de acuerdo para no atenderla, fue así como la condecorada con la Orden de la Legión de Honor de la República Francesa, era humillada por un mesero racista que había tenido por único acto heroico en toda su vida acosar con nalgadas agrestes a sus subalternas en la cocina. De otra mesa, sin que nadie se lo pidiera, se levantó Grace Kelly, quien unos años después se convertiría en la princesa de Mónaco, increpó al mesero, le dijo su «dichisa», como decía mi mamá, y abandonó con Josephine Baker y otros comensales el restaurante elegante que no conocía ni entendía la elegante historia de la Diva de Bronce amada por París. La amistad de Josephine Baker y de Grace Kelly se prolongó hasta el fin de sus vidas y en ella se presentaron muestras de cariño a toda prueba. Antes de morir y con una familia de 12 niños adoptados, uno de ellos colombiano, Josephine Baker estuvo a punto de ser lanzada de su casa en París, en ese difícil momento reapareció en su vida Grace Kelly quien ya era la princesa de Mónaco. La llevó a vivir en su pequeño país con su numerosa familia y la acompañó a morir en otra tarde de abril invernal de 1975. Fue enterrada con honores militares y la Francia inmortal la reconocerá para siempre como una de sus heroínas más amada. Emanuel Macron logró que sus restos quedaran depositados para siempre en el panteón de París. En su entierro, Grace Kelly, la amiga incondicional, estuvo con ella en primera fila como la primera vez. Josephine Baker es un símbolo de la mujer, de la cultura, de la justicia, pero, sobre todo, de la dignidad de la mujer negra. Mi eterno respeto, mademoiselle Josephine Baker.

 

Los neutrinos.

El experimento Super-Kamiokande, un tanque de agua de 50 millones de litros, fue fundamental para demostrar que los neutrinos oscilan. El director de este experimento fue uno de los depositarios del Premio Nobel de Física del año 2015 por este descubrimiento/ foto: Super-Kamiokande Collaboration

Los neutrinos, además de su incomprensible capacidad de advertir el peligro y su oportuna clarividencia de escape, tienen una característica que los hace incomprensibles

Desde la intimidad del sol

Desde el interior del sol emergen fotones cargados de energía y calor. Cualquiera de ellos, antes de llegar a acariciar los atardeceres en el Atrato, en el San Juan o de alimentar a las plantas y las hojas de los árboles mediante una ecuación casi mágica a la que llamamos fotosíntesis, ha viajado más de 100 mil años desde alguna parte en los rincones íntimos del sol y tras salir a la superficie tarda un poco menos de ocho minutos en llegar a los rostros de los turistas en Miami, los jugadores de fútbol en España, los ciclistas inagotables del giro de Italia o de mis paisanos en Tutunendo.

En estrellas mucho más grandes que el sol y que alguna vez explotaron, han huido unos hermanos de los fotones a los que llamamos neutrinos. Algún científico desorientado, deseoso de refutar a Einstein, quiso demostrar que los neutrinos viajaban a velocidades superiores a la de la luz, la razón de su equivocación se comprobó cuando investigaciones más rigurosas establecieron que por una razón que solo la explica la física cuántica, los neutrinos escapan antes de que su estrella madre explote dejando atrás a sus hermanos, los fotones. Los neutrinos, además de su incomprensible capacidad de advertir el peligro y su oportuna clarividencia de escape, tienen una característica que los hace incomprensibles: casi no tienen masa, o esta es tan imperceptible, que millones de ellos nos atraviesan todo el día todos los días sin que lo notemos. En el Japón un grupo de científicos, quizás molestos por las maniobras evasivas de los neutrinos decidieron instalar una bodega subterránea con esferas de mercurio y cromo en una enorme piscina a para capturar a algunos de los misteriosos escapistas y lo han logrado. Hoy se piensa usarlos en aplicaciones médicas para atacar tumores, obstrucciones en las venas, colesterol, modalidades de cáncer y otras enfermedades. Sin embargo, sin el ánimo de desanimar a nadie, estamos a unos mil años de avance tecnológico para darles ese uso. Entre tanto, sigamos fascinándonos con esa infinita, absolutamente infinita, cantidad de misterios que Dios nos tiene guardados en la alacena de su creación.